Spain Gourmetour Mayo, 2004
El genio de los vinos del Priorat rehabilita en los escenarios jacobeos del Bierzo el prodigio milenario de la uva Mencía.
La Rioja, el Priorato y el Bierzo son los puntos cardinales de su pasión por la viticultura antigua y la vinicultura nueva. Conforman el eje vital donde rehabilitó la Garnacha, ha detectado la Mencía y verifica el potencial pendiente de la Tempranillo, tres variedades con nobleza y arraigo. Acaba de cumplir 40 años y madrugó hace 15 con propósitos súbitos, al servicio de aciertos inverosímiles. Es un sparring de distancia corta que concibe el vino en el campo con una especie de ingenuidad física y de talento anímico que contagia con un entusiasmo urgente. Se descarga de todo lo que sabe y siente durante una saludable y sólida conversación. Su alegría de andar le reserva destinos nuevos e inesperados en su particular rosa de los vientos.
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– Wine Spectator, la revista más acreditada y difundida en el universo del vino, acaba de nombrarle Bodeguero del Año, ¿vale uno más si sabe que le miran y le admiran?
– Los reconocimientos se agradecen. Son manifestaciones públicas que avalan una trayectoria y obligan a ser consecuentes, pero el vino es una pasión diaria, que me estimula en sí misma generando sucesivos esfuerzos, cuestionando métodos, saboreando propósitos y, por fortuna, obteniendo sucesivas recompensas anímicas. El aprecio público y las distinciones pueden envanecerte o cargarte de responsabilidad. Pero la responsabilidad y la pasión por hacer buen vino fueron asumidas cuando nadie miraba.
– ¿Y de donde le brota esa pasión?
Nací en el medio vitivinicultor riojano, en el seno de una bodega de prestigio, Palacios Remondo, a la que pertenezco en cuarta generación. La Rioja fue durante mucho tiempo el único referente importante del vino de mesa español, sólo matizado en la Ribera del Duero con la evidencia excepcional de Vega Sicilia y alguna otra referencia de Peñafiel. Las condiciones naturales de las comarcas riojanas y su antigua relación con la cultura francesa del vino, facilitaron su esmero elaborador y la definición de un estilo, convirtiéndola en pionera del etiquetado comercial, lo que eclipsó las virtualidades de otras regiones históricas. Aunque mi padre estaba fuertemente involucrado en la complacencia riojana, intuía la evolución que se avecinaba y me envío a Burdeos a estudiar enología, proporcionándome la oportunidad de conocer grandes bodegas, animándome a viajar a jóvenes destinos enológicos como California y a conocer a fondo mercados tan exigentes como el británico.
– Trabajó con los míticos bodegueros del Petrus…
– La experiencia con los líderes del Pomerol fue magnífica, claro: Tuve la suerte de conocer su proceso agrícola y bodeguero, la ocasión de percibir la sensibilidad que se aplica a los vinos de élite, pero participé y me ilusioné sobre todo en proyectos más modestos y peculiares, minúsculos a veces, pero muy expresivos y aleccionadores. En Francia se funde la cultura y la tradición para conservar productos muy específicos y locales, por irrelevantes que parezcan. Es una lección. Allí se me acrecentó el respeto por el viñedo y su cultivo, valoré la fuerza y la vigencia de la tradición y la obsesión de lograr una calidad plena en todo lo que hagas. En resumen, allí fundamenté mi pasión por transmitir sensaciones supremas a través del vino y me propuse conjurar el distanciamiento entre la uva y la bodega, entre el agricultor y el bodeguero, donde tanto carácter se pierde.
– Una especie revelación que predicó con el ejemplo en el Priorato…
– El Priorato me lo descubrió mi amigo René Barbier, miembro también de una familia clásica de bodegueros catalanes y un auténtico profeta de la zona. Era un territorio histórico caído en el olvido, como tantas comarcas vinícolas gloriosas desplazadas de las rutas y los circuitos comerciales modernos. Conectaba con mi fascinación por las regiones vinícolas de antigua y sólida penetración religiosa: Viñedos atormentados sobre torrentes pizarrosos, garnacha ancestral con riesgo físico y climatológico capacitada para extraer del subsuelo sustancias imposibles. Una uva que reclamaba desde la agonía su rehabilitación histórica.
– Se convirtió con 26 años en el primer apóstol de la nueva buena del vino…
– No le faltaba mística al propósito. Me concentré en el Priorato en 1986 con el ánimo de recuperar un esplendor bodeguero, casi legendario. Creí en una variedad rústica que participaba en los coupages de otras regiones o fundamentaba vinos fragantes e inmediatos, como los rosados de Navarra, pero que había perdido relevancia como monovarietal, debido a sus frágiles características. Me animaba mi creencia en el terruño, me animaban las contrariedades y las discrepancias, era una cuestión de fe y perseverancia. Quise optimizar el vino, extremando los límites de la producción agrícola, para concentrar homeopáticamente su esencia y su potencia, en un momento en que el auge de la viticultura española generaba en otras regiones una expansión sin tasa, masificada y oportunista. Afortunadamente se dieron también las condiciones para que se apreciara la diferencia y la calidad.
– Fue una revolución: Robert Parker dijo que los priorato eran los mejores vinos españoles que había catado.
– Se convirtió en un referente mundial. Sacamos el Clos Dofí en 1991, con garnacha básica ensamblada con una proporción de cabernet sauvignon, merlot y syrah, un vino con frescura frutal, carnoso, nítido y mineral. Fue bendecido por la crítica internacional y generó mercados nuevos, antes en el extranjero que en España. Fue el emblema de Priorato hasta que dos años después apareció L’Ermita, un vino singular y exclusivo, donde la garnacha prevalece en un 80% y del que sólo elaboro unas seis mil botellas, un vino elegante y sedoso, de gran expresión frutal y mineral, que ha alcanzado un rango supremo en el aprecio universal del vino.

– Y se olvidó de su origen riojano
De ninguna manera. Palacios Remondo aborda ahora propósitos de excelencia, un repliegue con criterios exigentes para potenciar al máximo la tempranillo, mientras Priorato persiste en su propósito de excelencia y consolidamos el proyecto de El Bierzo…
– Es el nuevo escenario de Álvaro Palacios y cuanto nos rodea en esta charla manifiesta la vigencia de su vocación renovadora en destinos inesperados…
– Mi sobrino Ricardo, que tiene 28 años, descubrió la singularidad de los valles de la comarca de El Bierzo durante un viaje casual. Lleva la sensibilidad vinicultora a flor de piel, entiende de plantas y de luz, elabora abonos propios fermentando cereales y yerbas elegidas, posee una percepción mística de la agricultura biodinámica cargada de ritos ancestrales; se formó en Burdeos y trabajó en Chateau Margaux. Me dijo: “Tío, tienes que venir a León”.
– ¿Y qué encontró aquí?
– Encontré otro potencial secreto similar al del Priorato. Una región poblada de suelos calcáreos y pizarrosos con laderas propicias al desarrollo de la viticultura de excelencia. Una uva arraigada en la zona, la Mencía, devaluada por la producción incontrolada y algo desacreditada por su escaso color y supuesta incapacidad para envejecer, pero dotada de profundidad y aroma, una singularidad mineral y una elegancia insospechada.
Como en Priorato, El Bierzo fue un importante asentamiento religioso, donde se instalaron las dos últimas grandes paradas del Camino de Santiago, con siete monasterios que implantaron en los siglos XIII y XIV una variedad de ciclo corto, probablemente de origen francés, debido a su similitud con la pinot-noir y la cabernet franc. De hecho hemos averiguado que el siglo XVIII el vino de mencía se comercializaba con el nombre de vino bordelés.
– ¿Cómo han abordado este singular proyecto de recuperación histórica?
– El proyecto de Corullón ha sido especialmente laborioso. Aunque el paisaje sugiere sensaciones nórdicas de otoño a primavera, en verano nos devuelve al luminoso entorno mediterráneo. Los vinos expresan los paisajes y manifiestan el ánimo climatológico. En torno a Villafranca del Bierzo hay terrenos sinuosos y laderas vertiginosas, con diversidad de suelos ricos en hierro y sustancias minerales solidificadas en pizarras del paleozoico. Cada cual merece un cultivo. Labramos con mulas y arado romano, utilizamos abonos propios y se efectúa una poda corta que nos produce 3 ó 4 racimos menuditos por cepa, unos 1.500 kg. de uva por hectárea, un rendimiento muy exiguo y exclusivo. Las 16 hectáreas cultivadas comprenden 80 parcelas. La Faraona, que es una parcela excepcional, se encuentra en una ladera a 850 metros de altitud, tiene tan sólo 0,3 hectáreas y produce dos o tres barricas borgoñonas, unas 200 botellas.
– ¿Y cómo son sus vinos?
– La excelencia obtenida con los mencía del Bierzo nos sugiere el símil de un cruce entre los Côte Rôtie y los Borgoña. Los vinos de parcela no existían en España hasta la aparición de L’Ermita. Fue una prueba de que el suelo podía proporcionar tanta profundidad en España como en Francia o Italia. El cuvée inicial de Corullón ha dado paso a cuatro auténticos Grand Crus del Bierzo: San Martín, Las Lamas, Moncerval y La Faraona cuya elegancia, mineralidad, longitud y armonía, los convierte en vinos de máxima expresión, debido el rendimiento óptimo de unas viñas cuya edad oscila entre los 60 y los 100 años.
– Su temperamento es optimista y su conversación es muy constructiva, ¿no le preocupa nada?
– Me preocupan los planes eólicos. Son una iniciativa que sugieren los fondos estructurales europeos, pero que amenazan nuestro paisaje y perjudican la operatividad agrícola con la incorporación de molinos de viento en las cumbres, en nombre de un supuesto beneficio ecológico que no es tan cierto y con el que caben muchas discrepancias.
