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COMER DE OFICIO |

LUIS CEPEDA | BLOG DE COCINA

El pasado verano, Ferran Adrià planteó en el altavoz de las redes sociales la siguiente pregunta: “¿Cómo contextualiza la ingeniería con las herramientas, la técnica y la tecnología?

Aún no cesa la catarata de ingenio y perplejidad -en forma de tuits- que ha originado la pregunta. Desde el escueto “què t’has pres”, a los que agotan la norma de la aplicación para contestar, por ejemplo, que “primero se aplica la fórmula matemática para determinar el área de un pentadocaedro y luego se hornea 20 minutos a 150 grados”. Es decir, la pura vacilada ante una cuestión que incrementa las incógnitas vitales que ya nos atormentaban, ahora en nombre de la cocina y de su sumo hacedor.

En la Grecia antigua, Sócrates instrumentó todo un método de pensar, la mayéutica o el conocimiento mediante el cuestionamiento. Abordar hasta el último por qué es, a fin de cuentas, el propósito de la filosofía. En el ámbito culinario, el chef más socrático que teníamos era Iñaki Camba, que conduce tus apetencias mediante incesantes preguntas para desembocar en la evidencia de sus platos. Ferran, como autodidacta de la cocina, carente de preconcepciones, debió cuestionárselo todo cuando llegó a elBulli. Como nos recuerda Eduardo Mendoza, nada más creativo que la alianza entre ignorancia y talento. En ese sentido, su trayecto fue encomiable. Generó un código propio que ha renovado la cocina profesional. Su primer libro, El sabor del Mediterráneo, es un ejemplo de indagación, método y solución. Crear consiste en edificar lo inexistente y elBulli fue creatividad sin tasa; la respuesta pragmática a los porqués de Adriá.

Ahora, como constructor de virtualidades y repasos exhaustivos a su trayectoria, parece encontrar en la dialéctica de las preguntas un método subliminal de manifestar su vigencia. Sabe que quien pregunta es quien manda y menos se compromete. De repente publica en Twitter, cual meditación sublime: “el tomate, ¿es un producto natural o es una realidad imaginaria que queremos creer?” o “¿Qué es una fresa? ¿Una fruta o un fruto?” Así, sin más.

Inevitablemente, la perplejidad crece y en el artificio de las redes sociales, si quieres te lo evitas y pasas, consciente de que el personaje circula más allá del camelo que te suscitan esas preguntas y lo que pasa es que no comprendes el alcance de su talento.

Pero su afán de preguntar te sigue despistando en la distancia corta.

Tuve el privilegio de visitar en su compañía la exposición Auditando el proceso Creativo, en la Fundación Telefónica, que persigue experiencias gráficas y fórmulas insólitas de elBulli y su taller, cuando, inesperadamente, me preguntó: “porque, a ver, ¿qué es un plato?” -a lo que se me ocurrió contestar:
– Entiendo que es una prestación alimenticia, más o menos gourmet, destinada a disfrutarse por un comensal, ¿no?, -para escucharle, casi airado.
– Estás muy equivocado. Un plato es algo distinto: un plato es una reflexión, un acto lúdico; la consecuencia de un proceso creativo que viene del caos. El comensal no cuenta.
– ¿Quieres decir que creaste 1.846 platos en elBulli sin contar con el cliente?, -tuve que preguntarle.
– Así fue –respondió-; esto es vanguardia y la actitud se altera.

Trato de asimilarlo. Soy consciente del acontecimiento excepcional que elBulli significó y del fenómeno singular de Ferrán Adriá. Centenares de platos cada año y miles de ensayos para conjurar la rutina y huir de la monotonía, pero ignorando al comensal. Como si el oficio culinario quisiera escapar de su función de agradar para hacerse críptico e incomprensible.

El propio Ferrán ha declarado que “no hay comida rara, sino gente rara”, dando la vuelta a la tortilla. Y uno se acuerda de otro geni catalán, el pensador Eugenio D’Ors, que cuando leía a la cocinera sus escritos y ella los entendía, decidía enmendarlos diciendo: “Oscurezcámoslo, entonces”.