Las legumbres son consideradas una consecuencia de la gran revolución de la humanidad -que no fue la francesa, aunque bastante hizo; ni la rusa, que ya caducó; ni la mexicana, que se la adelantó y quedó algo folklórica-ocurrió hace unos 15.000 años. Fue pacífica y lenta, pero acabó con la vida errante del género humano y se conoce como Revolución agrícola. Hasta entonces la subsistencia de nuestros antepasados remotos consistió en atrapar la naturaleza y alimentarse a salto de mata de lo que brotaba espontáneamente o salía al paso durante migraciones incesantes, en busca de mejor clima y de comida más abundante.
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Se nos suele olvidar que la Revolución agrícola fue la clave de la sociedad organizada y su convivencia. Fue el primer signo de progreso de los humanos y, seguramente, el inicio de la facultad de hablar para nombrar y delegar las tareas agrícolas y pecuarias individuales o colectivas. También fue el origen de la cocina, es decir, de la habilidad de asar o cocer los alimentos rudos y crudos para facilitar su proceso digestivo, saboreándolos variada y oportunamente, una vez controlados sus ciclos. Como acuñó en frase magistral el antropólogo Faustino Cordón, al encabezar uno de los libros más amenos que se hayan escrito sobre la evolución humana, “cocinar hizo al hombre”, con lo que puede decirse que la civilización humana comienza aprendiendo a cocinar.
El mérito de la revolución agrícola fue domesticar los productos del campo generando asentamientos humanos permanentes. Consistió en encontrar la manera de que los dones naturales de la tierra se convirtieran en alimentos controlables, en lugar de recursos causales. Permitió fijar domicilios y encuentros, lugares constantes donde vivir con el alimento próximo y garantizado, un recurso imprescindible para la supervivencia; más primordial incluso que el instinto de procreación, por mucho que vele por la preservación de la especie, pues pocas ganas de procrear se tienen cuando el sustento y algo de confort faltan.
En este orden de cosas, las legumbres son, probablemente, el producto más sustancial, remoto y universal de los domesticados durante la Revolución agrícola, una familia vegetal que existe hace millones de años, con orígenes muy diversos en el mundo y variedades que han viajado y prosperado entre todos los continentes, sin desmerecer en su aprecio, lo que ha generado un comercio internacional que ajusta la demanda y la exportación sin sobresaltos económicos. Las legumbres consumen poco agua, enriquecen el suelo en que se cultivan, aportando nitrógeno y no precisan fertilizantes químicos generadores de gases con efecto invernadero. Potentes en proteínas, fibra, vitaminas y minerales serán imprescindibles para satisfacer la demanda alimenticia de una población mundial creciente, por lo que necesitará aumentarse en un 70% su producción agrícola de 2050.
La Organización para Alimentación y la Agricultura de la Naciones Unidas (FAO) ha declarado a 2016 el Año Internacional de las legumbres, dedicando a las legumbres secas más generalizadas (alubias, lentejas y garbanzos) un libro en el que se aborda su presencia global por regiones de producción y consumo. La obra va a difundirse en los 149 países que integran la FAO y contempla aspectos científicos, estadísticos y divulgativos.
Diez célebres chef del mundo atestiguan con sus mensajes y recetas la excelencia gastronómica de las legumbres y su saludable conveniencia. Son los pulsekeepers o embajadores de la legumbre en el mundo y no solo entusiasman con su interpretación de un alimento indispensable. En alguna medida disipan cierto clasismo relativo a su consumo y conjuran la insólita ausencia de platos leguminosos en los restaurantes de fama. Hay una lección en cada uno de ellos. Ricardo Muñoz Zurita, desde la autoridad de quien condujo a la proclamación de la cocina mexicana como Patrimonio de la Humanidad, Mohamed Fedal llamando joyas del tajine a las legumbres del norte de África, Verónica Jackson, cocinera en granjas de Tanzania revelando guisos, salsas y purés cotidianos al estilo massai; Helena Rizzo, creadora de feijõadas de vanguardia reflexionando sobre trascendencia de los guisos familiares en Brasil; Sanjeev Kapoor y Zubaira Tarq, desde India y Pakistán, respectivamente, expresando su experiencia en países de legumbre indispensable; el genio de la chef turca Didem Senol inspirando novedades y el más famoso consultor culinario chino She Zengtai, contemplando el alcance futuro de la inmensa panorámica oriental de las legumbres.
En cuanto a Europa, ha sido el español Abraham García el elegido en virtud de dos causas fundamentales. El país, porque las legumbres secas son una constante en la culinaria activa de todas la regiones y sus tres familias fundamentales, garbanzos, alubias y lentejas, se hallan representadas en proporciones similares; en cuanto al chef, debido a la evidencia de que siempre hubo un plato de legumbre de sello propio, en la carta de su restaurante Viridiana, un hecho acaso insólito entre los restaurantes europeos de autor.